“Aquí
estoy. Vengo porque me has llamado”. Hasta tres veces repite el niño Samuel
estas palabras que se recogen en la prime
lectura de la misa de hoy (1Sam 3,3-10.19). La escena se sitúa en el
Santuario de Silo. El pequeño oye que alguien le llama durante la noche y acude
presuroso a ponerse a las órdenes del sacerdote Elí.
Pero
no es el sacerdote quien le ha llamado. Él es el primero en comprender que
esa voz misteriosa viene de lo alto. El
niño ha sido elegido por el Señor. Así que cuando de nuevo le despierta la voz
que le llama, Samuel pronuncia la oración que le ha sugerido el mismo Elí:
“Habla Señor que tu siervo escucha”.
A
lo largo de nuestra vida hemos meditado muchas veces esas palabras del pequeño
Samuel. Y las hemos adoptado como modelos de oración. También nosotros nos
ponemos a disposición del que nos ha llamado. Sabemos que nuestra vida puede
cambiar totalmente si escuchamos con atención la voz del que nos habla en la
noche.
LA BÚSQUEDA
También
el evangelio que hoy se proclama nos ayuda a repensar el misterio de la
llamada. Juan Bautista descubre entre sus oyentes a Jesús y lo presenta como el
Cordero de Dios. Dos de sus discípulos, Andrés y otro de ellos, dejan al
Bautista y lo siguen. “¿Qué buscáis?” Esa pregunta de Jesús se dirige a todos
nosotros.
En
realidad, esa pregunta se dirige a toda la humanidad. Cada uno de nosotros se
define por sus búsquedas. Nuestros afanes de cada día revelan nuestros intereses.
Aunque no queramos admitirlo, dejan al descubierto nuestras necesidades más
hondas. Y esa idea escondida y profunda que tenemos de nosotros mismos. Nuestro
yo ideal.
Los
dos discípulos preguntan a Jesús donde vive. Y él responde con una invitación:
“Venid y lo veréis”. Como sabemos, Jesús no tiene dónde reclinar su cabeza.
Aquel encuentro con Jesús debió de llevarles a comprender que lo importante de Jesús no era lo que
tenía, sino lo que era. Una importante lección que el Maestro guarda también
para nosotros.
EL ENCUENTRO
Pero
los dos curiosos discípulos de Juan aprendieron bien esa lección. Comprendieron
que su aprendizaje junto al Precursor los llevaba definitivamente hacia el
Anunciado. Algo podemos percibir por la frase que Andrés dirige a su hermano
Simón:
•
“Hemos encontrado al Mesías”. Su curiosidad no ha sido en vano y se ha visto
coronada por un premio no esperado. Los dos discípulos del Bautista han pasado
ya de la búsqueda al encuentro, del Siervo al Señor y del profeta al Mesías.
•
“Hemos encontrado al Mesías”. Él pequeño Samuel había escuchado la voz de Dios
durante la noche y en el ámbito sagrado del santuario. Los discípulos de Juan
han encontrado al que es la Palabra de Dios a pleno día y en el espacio abierto
entre el río y el desierto.
•
“Hemos encontrado al Mesías”. El niño Samuel oyó una voz de Dios que había de
transmitir al sacerdote Elí. Los discípulos de Juan escucharon al enviado de
Dios y supieron que habían de anunciar a
los demás aquel encuentro.
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