“Desde
el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamas... Eché raíces en
un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Estas palabras se
ponen en boca de la Sabiduría de Dios. Como se ve, ha sido personificada en el
texto del libro del Eclesiástico, que se proclama en la primera lectura de la
misa de hoy (Eclo 24,1-4.12-16).
•
En un primer momento, la Sabiduría se nos presenta como engendrada por el mismo
Dios, antes del comienzo del mundo. La Sabiduría de Dios precede al tiempo. Por
tanto, acompaña al mismo Dios desde toda la eternidad. Se identifica con él.
Dios puede presentarse como misericordia y justicia, pero también como
sabiduría.
•
Pero en un segundo momento, se nos dice que la Sabiduría ha sido enviada para
habitar entre los hombres. El texto proclama que la Sabiduría ha puesto su
trono en Jerusalén. Desde allí guía al pueblo elegido. Evidentemente, ese
pueblo olvidaría su elección y perdería su esplendor si tratara de ignorar la
Sabiduría de Dios.
ETERNA Y TEMPORAL
En
este segundo domingo del tiempo de Navidad leemos siempre el comienzo del
evangelio según San Juan (Jn 1,1-8). Las personas mayores recuerdan que antes
del Concilio Vaticano II se leía al final de todas las misas. Con ello se
trataba de reflejar el valor y la importancia de este texto para la vida
cristiana. ¿Qué nos dice hoy a nosotros?
•
En primer lugar, es fácil descubrir el paralelismo entre el Verbo de Dios y la
Sabiduría de Dios. El Verbo, es decir, la Palabra, estaba junto a Dios. Era
Dios. La Palabra de Dios es creadora de todo y a ella se encamina todo lo
creado. La Palabra es vida, e ignorarla nos lleva a la muerte. La Palabra es
luz, de modo que sin ella caminamos en tinieblas.
•
En segundo lugar, al igual que la Sabiduría, tambien la Palabra ha bajado a
nuestra tierra. Ha plantado su tienda en el campamento de todos los que
peregrinamos por este mundo. La Palabra de Dios se ha hecho carne humana y ha
habitado entre nosotros. Por eso, y solo por eso, hemos podido contemplar su
gloria.
•
En tercer lugar, esa Palabra de Dios, eterna como Él y temporal como nosotros,
se nos presenta con rasgos humanos. Se identifica con el Hijo único de Dios. La
fe cristiana reconoce en Jesús de Nazaret la Palabra salvadora de Dios. Esa
Palabra nos salva y nos guía. Nos ilumina y nos interpela. Nos alienta cada día
y nos juzgará en el último día.
LA LEY Y LA GRACIA
Entre
otras muchas riquezas, este comienzo del Evangelio de Juan, nos ofrece una
perla final: “La Ley se dio por Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado
por medio de Jesucristo”. El misterio de la Navidad es el eje sobre el cual
giran la antigua y la nueva alianza.
•
“La Ley se dio por Moisés”. La Ley no era un peso para Israel, al contrario,
era un don que marcaba el camino de la
liberación. Un camino que Dios mismo había iniciado. Moisés era recordado como
el intermediario de la alianza entre Dios y su Pueblo. Ser fieles a la Ley era
la única posibilidad de ser libres.
•
“La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”. Esos dones de
Dios no pueden ser rechazados impunemente. La gracia y la verdad no pueden ser
conseguidas por el simple esfuerzo humano. Jesús es el intermediario de esta
nueva alianza. Escuchar la Palabra de Dios, que se ha hecho carne en Jesús, es
el único camino para alcanzar la vida verdadera.
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