“Meteré
mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos
serán mi pueblo… Todos me conocerán, desde el pequeño al grande, cuando perdone
sus crímenes y no recuerde sus pecados”. Ese es el contenido y el signo de la
nueva alianza que Dios anuncia a su pueblo por medio del profeta Jeremías (Jer
31-31-34).
Comenzaba
la cuaresma recordando la alianza que
Dios prometía a Noé después del diluvio. Aquella promesa no ha sido vana. Los
domingos de cuaresma nos han ido presentando las diversas manifestaciones de la
alianza de Dios no solo con su pueblo, sino también con toda la humanidad y aun
con la creación entera.
Hoy se
nos dice que esa alianza está escrita en el corazón de todos los hombres. Y que
su signo es precisamente el perdón y la misericordia de Dios. Nadie es capaz de
perdonarse a sí mismo. Sólo Dios nos absuelve. Sólo Dios puede crear en
nosotros un corazón nuevo.
EL DESEO
El
evangelio de Juan evoca una escena muy interesante. Algunos paganos que han
acudido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, comunican a dos de los
discípulos de Jesús que desean ver a su Maestro (Jn 12,20-33). El relato es
paradójico al menos por tres motivos.
• Aquel
deseo de los paganos podría haber suscitado en Jesús un sentimiento de alegría
y de humana satisfacción. Perseguido y humillado en su propio pueblo, Jesús se
veía reconocido por los extranjeros. Llegaba el momento en que iba a ser
glorificado por los de fuera.
• Sin embargo,
aquella glorificación no era la que cualquier maestro o predicador podría
esperar. Jesús sabe que la hora de su glorificación coincide con la hora de su
entrega y de su muerte. Jesús es el grano de trigo sepultado en el surco. Sólo
así dará mucho fruto.
• La
mayor parte de nosotros buscamos un momento de gloria en el reconocimiento
social de nuestras obras. El evangelio deja bien claro que la gloria de Jesús
viene solamente del Padre de los cielos, no del aplauso humano.
EL
SERVICIO
Aun así,
Jesús reconoce que su sacrificio será muy significativo para el mundo: “Cuando
yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. Pero esa atracción no
pasa por el triunfo humano sino por un servicio, al que se alude por tres
veces:
• “El que
quiera servirme que me siga”. Los paganos buscan ver a Jesús, pero Jesús dirá
que son dichosos los que creen sin haber visto. Hay que aprender a seguirle por
el camino para servirle como a nuestro Maestro y nuestro Señor.
• “Donde
esté yo, allí también estará mi servidor”. Si con frecuencia caemos en la
tentación de la altanería, Jesús nos recuerda que estamos llamados al servicio.
Lo compartimos con él en la vida y lo compartiremos con él en la gloria.
• “A
quien me sirva, el Padre lo premiará”. Al fin de la jornada, lo que realmente
vale ante el Padre celestial no son nuestros triunfos sociales, sino el humilde
servicio que cada día prestamos a su Hijo y a su mensaje.
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