“El Señor, el Dios de los cielos, me ha
dado todos los reinos de la tierra” (2Cr 36,23). Así habla Ciro, rey de los
persas. Sus palabras se repiten al principio del libro de Esdras. La conquista
de Babilonia por parte de Ciro es una buena noticia para los hebreos. Termina
el tiempo de su exilio y se anuncia la posibilidad de retornar a Jerusalén y
reedificar el templo.
El
segundo libro de las Crónicas presenta el exilio como un castigo de Dios por
los pecados de su pueblo y por la dureza del corazón de sus gentes. Dios
siempre había tenido compasión de su
pueblo. Por eso le había enviado mensajeros, pero las gentes se burlaron de
ellos y despreciaron a los profetas.
A pesar
de todo, prevalece la misericordia del Señor. Ciro es su mensajero. Y el gran
rey reconoce que solo de Dios le ha venido el imperio. Así que Ciro aparece
como un salvador enviado por el mismo Dios. Con él se empieza a entrever la
continuidad de las instituciones davídicas.
VIDA
ETERNA
Cuatro
palabras se repiten una y otra vez en el evangelio de Juan que se proclama en
este cuarto domingo de Cuaresma: la salvación y la creencia, la vida eterna y
la luz (Jn 3, 14-21).
• La
salvación es liberación del mal. En el diálogo con Nicodemo, Jesús se compara
con la serpiente de bronce que Moisés había levantado en el desierto. Los que
volvían a ella sus ojos reconocían sus propios pecados. En Jesús levantado en
alto descubrimos la misericordia de Dios que perdona nuestros pecados. “Dios no
mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve
por él”.
• En esta
primera mención a la fe, hasta cinco veces se habla de la necesidad de “creer”
en Jesús y en su nombre, es decir en su misión. Esa es la actitud fundamental y
necesaria para la salvación: “El que cree en él no será condenado; el que no
cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios”.
• La vida
eterna es un don que Dios entrega a los creyentes por medio de Jesús. O mejor,
Jesús es el verdadero don de Dios. Quien crea en él tendrá vida eterna. La
entrega de Jesús es signo del amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna”.
LA LUZ Y
LA VERDAD
La cuarta
palabra que emplea este texto del evangelio de Juan es la luz. Los hombres a
veces la detestan. Otras veces prefieren las tinieblas. Pero algunos se acercan
a la luz. Evidentemente, la luz no es
algo, sino alguien. Con ella se identifica Jesús.
•
Detestan la luz todos aquellos que obran perversamente, porque no quieren verse
acusados por la maldad de sus acciones u omisiones
•
Prefieren las tinieblas a la luz todos aquellos que en el fondo de su conciencia
han llegado a descubrir que sus obras son malas.
• Y se
acercan a la luz los que realizan la verdad. La verdad no es algo que se conoce
o se sabe. La verdad se practica cuando las obras son hechas según los planes
de Dios.
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