“En
el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada
para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen”.
Esas
imágenes pueden encontrarse ya en la segunda parte del libro de Isaías (40,
3-4). Una voz invita a abrir en el desierto una calzada para el Señor. Se
anuncian las maravillas de un nuevo éxodo. Dios ha de conducir a su pueblo de
la esclavitud a la libertad.
En
este segundo domingo de adviento, se proclama un texto del profeta Baruc en el
que se encuentran las mismas imágenes (Bar 5, 1-9). Ya no se trata de una
exhortación. Es la noticia de la iniciativa de Dios. Él manda abajarse a los
monte y rellenar los barrancos. Él ordena a los árboles que ofrezcan
sombra a su pueblo mientras camina por
el desierto.
La
promesa de Dios alegra los corazones de sus hijos. Y estos gozan anticipando la
liberación que Dios promete. El gozo de la esperanza se desborda sobre la
creación entera.
CONVERSIÓN
Y PERDÓN
Los
antiguos poemas de los profetas reaparecen siglos más tarde en la boca de Juan,
hijo de Zacarías. El evangelio de Lucas pone buen cuidado en anotar los datos
precisos para situar en la historia el eco de una nueva profecía (Lc 3,
1-6). Las palabras son idénticas, pero el sentido es diferente.
•
Tanto el profeta que sigue a Isaías como Baruc evocaban una voz que en el
desierto invitaba a las gentes a la alegría y al consuelo. Juan es la voz que
resuena en el desierto, exhortando a las gentes a la conversión para obtener el
perdón de sus pecados.
•
En otro tiempo se anunciaba que era Dios mandaba allanaba los caminos para que
su pueblo pudiera caminar hacia la libertad. Ahora se pide a las personas
cambien su conducta y allanen los
caminos para que todos puedan ver la salvación de Dios.
•
Los antiguos profetas ofrecían un consuelo al pueblo de Dios, sometido a
esclavitud en Babilonia. El nuevo profeta exhorta a la conversión a sus oyentes
para que se conviertan en el nuevo pueblo de Dios y se vean libres de la
esclavitud de su egoísmo.
LO
TORCIDO Y LO ESCABROSO
“Que lo
torcido se enderece y lo escabroso se iguale”. Al leer aquellos versos (Is
40,5), los hijos de Israel agradecían a Dios las maravillas con que los
devolvía a sus tierras para reedificar la Ciudad Santa. Aquel poema se hace
promesa en la boca del bautista:
• “Lo
torcido será enderezado”. En los textos bíblicos el pecado era presentado con
frecuencia como un comportamiento “torcido”. La rectitud significa que ese
comportamiento ha de ajustarse a la voluntad de Dios.
• “Lo
escabroso será camino llano”. Lo escabroso dificulta el paso del caminante. El
pecado no es una fácil conquista del hombre. Es un obstáculo que le hace
tropezar y convierte en penoso el sendero que lleva a su propia
realización.
• “Todos
verán la salvación de Dios”. No es el hombre el que se salva a sí mismo. Es
Dios quien ofrece al hombre la salvación. Hay que tener los ojos abiertos para
ver la salvación. Hay que abrir los ojos para ver al Salvador que se acerca a
nosotros.
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