“Teníamos
que anunciaros primero a vosotros la
palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida
eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el
Señor”. (Hch 13, 46). Son impresionantes esas palabras de Pablo y Bernabé, al
constatar el rechazo de sus oyentes a la palabra que predican.
El
discurso de Pablo a los judíos en Antioquía de Pisidía es paralelo al que
dirigirá a los griegos en Atenas. Son dos formas de anunciar el mensaje de
Jesucristo a las dos culturas antagónicas del momento. El Apóstol es un hombre
bicultural y las conoce bien. Sabe y
proclama que el evangelio de Jesús es salvación para unos y para otros.
Pero
su experiencia es dura. Los judíos esperan un mesías poderoso. Los gentiles del
mundo helénico solo buscan una nueva sabiduría. Así que ambos rechazan a
Cristo. Como dirá Pablo a los Corintios,
el Cristo crucificado es escándalo para los judíos y necedad para los gentiles.
Mas para los llamados es fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor, 1-23-24).
EL CORDERO
El
Apocalipsis ha sido escrito en una hora de persecución a los que han aceptado a
Cristo como su Señor. Por eso resultan molestos a los poderes del imperio. Ante
los ojos del autor de este libro pasa la muchedumbre inmensa de los que
“vienen de la gran tribulación y han
lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero” (Ap 7,14).
Por
tres veces se menciona al Cordero en la segunda lectura de este domingo. Aunque
suene a paradoja, la Sangre del Cordero ha blanqueado los mantos de los
mártires. Es más, el Cordero les libra del hambre y de la sed, del sol y del
bochorno, como anunciaba el libro de Isaías a los que retornaban del destierro
(Is 49,10). Además, el Cordero será su pastor y los conducirá hacia fuentes de
aguas vivas.
La
imagen del Pastor es la señal característica de este domingo cuarto de Pascua.
Todos los años proclamamos en este día el capítulo 10 del evangelio de Juan.
Cada año nos sorprende un detalle que ya creíamos aprendido y asimilado. Este
año vemos que Jesús se identifica con el Pastor generoso que guía y protege a las ovejas recibidas del Padre
celeste (Jn 10, 27-30).
Y
EL PASTOR
El breve texto del evangelio de hoy se
articula en tres contraposiciones que hablan de la misericordia del Pastor y de
sus dones, pero también de la suerte de
las ovejas:
•
“Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco”.
El primer don es la escucha. Escuchar la voz del Señor en medio de la
algarabía de este mundo es signo de fidelidad.
•
“Mis ovejas me siguen y yo les doy la vida eterna”. El segundo don es el
seguimiento del Señor. Seguirle exige renunciar a nuestro capricho y aceptar su
plan.
•
“Mis ovejas no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano” El
tercer don es la pertenencia. Ser de Cristo da a los creyentes una seguridad
que nadie puede imaginar.
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