La
primera lectura que se proclama en este domingo tercero de Pascua (Hch 5,
27-41) resume en muy pocas frases algunas convicciones que mueven a los
evangelizadores que anuncian el mensaje de Jesús en todo tiempo y lugar.
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“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Muy poco significan las
prohibiciones humanas cuando se está dispuesto a dar la vida por el mensaje de
Cristo.
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“El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús”. La fe en la resurrección de
Cristo es la fuente de la que brota el coraje para anunciar el evangelio.
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“Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le
obedecen” El testimonio comunitario de los creyentes es animado por la fuerza
del Espíritu.
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“Los apóstoles salieron…contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre
de Jesús”. La alegría y la fuerza de los mártires será siempre un desafío.
Contra
toda apariencia y contra toda persecución, los testigos de Cristo podrán cantar
con el salmo: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” (Sal 29).
LOS MISMOS GESTOS
El
evangelio que hoy se proclama nos invita a recuperar el ideal primero. De
hecho, nos lleva a las orillas del lago de Galilea. Allí había encontrado Jesús
a sus discípulos primeros. Y allí vuelve
el Resucitado para reunir a los dispersos y desalentados.
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De nuevo los discípulos pasan por la experiencia de una noche de pesca
infructuosa. Y por la gozosa experiencia de una amanecida en la que la
obediencia al Señor llena sus redes con una enorme cantidad de peces.
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De nuevo, el Señor toma el pan y el pescado y se lo da. De nuevo se repiten los
gestos venerables que significan y hacen visible su misericordia. Y, sobre
todo, su entrega personal a sus discípulos.
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De nuevo Jesús, se dirige a Simón con una palabra ya sabida: “Sígueme”. Se
repite la misma invitación de aquella
vez, cuando lo encontró realizando sus tareas de pescador en aquella
ribera.
Y EL MISMO ENCARGO
Pedro había prometido fidelidad a Jesús una
inquebrantable fidelidad y lo había negado tres veces. El Resucitado no
reprende su traición. Viene a confiarle una misión.
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“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. En la triple pregunta de Jesús hay una cierta
gradación. Es como si el Maestro fuera bajando el tono para ajustar sus deseos
a las posibilidades y la fragilidad de su apóstol.
“Sí,
Señor, tú sabes que te quiero”. Y así es. Jesús conoce los sentimientos de
Simón. Conoce sus ímpetus y sus caídas. Pero sabe que sólo amamos a aquellos de
los que todavía esperamos algo. Y él espera al menos ese afecto de su
discípulo.
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“Apacienta mis corderos y mis ovejas”. En otro tiempo le aseguró una tarea de
pescador de hombres. Ahora le confía una responsabilidad de pastor de su propio
rebaño. Ese rebaño por el que el Pastor bueno ha entregado la vida. Tal es su
confianza.
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