“Hay
que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14, 22). Esa podría ser una de esas frases
que nos envían con frecuencia los amigos. Llegan superpuestas a una hermosa
foto de un lago o de la cumbre nevada de un monte. A primera vista nos
impresionan. Después las olvidamos, atraídos por la belleza del paisaje.
En
la ciudad de Listra, colonia romana y patria de Timoteo, los apóstoles Pablo y
Bernabé habían curado a un hombre tullido. Al ver el portento, las gentes
quisieron adorarlos como a dioses, Pero ellos pregonaron a gritos que eran
hombres y nada más. El texto nos da cuenta de la persecución que sufrieron en
las ciudades de Licaonia.
“Hay
que pasar por muchas tribulaciones para
entrar en el reino de Dios”. Esa frase no es un lema inocente para
encabezar la predicación de un retiro
espiritual. No es una pura teoría. Es la
conclusión de una experiencia de persecución sufrida por los apóstoles. Sólo
después de haber sufrido, podían animar a los hermanos con esta exhortación.
LA HORA
El
evangelio que se proclama en este quinto domingo de Pascua (Jn 13, 31-35) se
sitúa en el escenario de la última cena de Jesús con sus discípulos.
Exactamente, después de que Judas salió del Cenáculo para internarse en la
noche. Para él había llegado la hora de entregar a su maestro en manos de los
sacerdotes del templo de Jerusalén.
• “Ahora es glorificado el hijo del hombre, y
Dios es glorificado en él”. Para Jesús, aquella salida del discípulo traidor
marcaba la llegada de su glorificación.
Jesús había previsto este momento. Es más lo había anunciado a sus seguidores.
Pero ellos nunca hubieran sospechado que la glorificación iba a coincidir con
la crucifixión.
• “Hijitos, me queda poco de estar con
vosotros”. Nos sorprende la ternura con que Jesús se dirige a sus discípulos.
Solamente en esta ocasión aparece la palabra hijitos en los evangelios. Nos
sorprende también la claridad con la que Jesús ha previsto su suerte y su
muerte. El tiempo de su misión terrestre toda a su fin. Y él lo sabe.
Y EL MANDATO
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús
había recogido la regla de oro de todas las culturas (Mc 12,31), según el texto
que se leía en el libro del Levítico (Lev 19,18). Pero en la hora de su
despedida modificaba sustancialmente aquel precepto:
•
“Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Lo
habitual era que el mismo sujeto se tomara a sí mismo como la medida del amor.
Desde ahora, la medida del amor sólo puede ser Jesús.
•
“La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos
a otros”. Los grupos humanos tratan de distinguirse por sus hábitos o la
etiqueta que pegan a sus vestidos. Los discípulos de Jesús habrán de
distinguirse por el amor mutuo.
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