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La vida y su sentido Mt 10,26-33 (TOA12-17)
“Cantad
al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos”
(Jer 20,13). Así termina la primera lectura que se proclama en este domingo
duodécimo del tiempo ordinario. Antes hemos oído que Jeremías escuchaba los
comentarios amenazadores de sus vecinos. Trataban de delatarlo, de atraparlo y
de vengarse de él.
Esa
situación no es exclusiva de Jeremías, La experiencia repetía en su pueblo que
nadie es profeta en su tierra. También fuera de ella, quien anuncia la verdad y
denuncia la mentira será acusado de no respetar el orden establecido. En
algunos lugares el mensajero de la justicia es directamente asesinado. En
otros, se comienza por declararlo “persona non grata”.
Muy
oportunamente, en el salmo responsorial se nos invita a repetir una súplica
cargada de confianza: “Que me escuche tu gran bondad, Señor” (Sal 68). Que nos
alcance la gracia que Dios nos otorga por Jesucristo, como nos dice san Pablo
(Rom 5,12-15).
EL MIEDO Y LA LIBERTAD
La
persecución aparece también en el evangelio que hoy se proclama (Mt 10,26-33).
El texto forma parte del llamado “Discurso de envío”. Los discípulos de Jesús
han de saber que la misión no va a ser fácil. En las exhortaciones de Jesús hay
una advertencia y un aviso
•
Jesús advierte a sus discípulos que no han de tener miedo a los hombres, porque
lo oculto y escondido llegará a saberse un día. Así que han de estar dispuestos
a pregonar a la luz del día lo que Jesús les ha ido enseñando en privado.
•
Jesús avisa a sus discípulos de que no han de temer a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar el alma. Así que han de saber valorar el tesoro de su
libertad. La vida es importante, pero no deben ponerse en el peligro de perder
el sentido último de la vida.
Las
palabras de Jesús son una invitación a anunciar el mensaje con decisión y
libertad. El mensajero podrá perder la vida en la misión, pero nadie puede
arrebatarle el gozo de haber sido elegido para llevarla a cabo.
LA CONFIANZA Y LA FIDELIDAD
De
todas formas, habrá ocasiones en las que los discípulos de Jesús se preguntarán
si merece la pena arriesgar tanto por la misión que les ha sido
encomendada. Jesús parece intuir ese titubeo y responde con una parábola y una
promesa.
•
Todos conocen el precio de los gorriones que se venden en la plaza por una
moneda insignificante. Pero de todos ellos se cuida el Padre. Con más razón se
cuidará de los que han sido elegidos por Jesús. Hasta de sus cabellos lleva
cuenta Dios. Así que han de caminar y vivir alimentando la confianza.
• A lo largo de la misión, los enviados tendrán
ocasiones de dar testimonio de su Maestro y ocasiones para renegar de él.
Tendrán que aprender a optar. Y recordar que un día el Señor los reconocerá o
los ignorará según su comportamiento. Así que han de caminar y vivir
manteniendo la fidelidad a la llamada. Pedagogía de la afectividad cristiana
El título señala con claridad su contenido: la relación afectiva con Dios a la luz de la Palabra. El autor, que muestra una clara preocupación pastoral y pedagógica, ha seleccionado los salmos y los evangelios y ofrece pistas e indicaciones para leer, meditar y orar con ellos y aprender así a vivir mejor la relación con el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. No hay mejor aprendizaje de afectividad creyente que los salmos, con los que la Iglesia expresa su relación con Dios, y los evangelios, revelación de la persona de Jesús, con los que el discípulo cristiano hace el camino de conocer y amar a Jesús, «el camino, la verdad y la vida».
Autor: Javier Garrido
Editorial: San Pablo-Colección Mambré
ISBN: 9788428553261
176 páginas
Precio: 16,85 euros
El don de la Eucaristía Jn 6,51-58 (TOA11-17) Corpus
“Recuerda
el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer esos cuarenta años por el
desierto… Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el
maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no
solo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (Dt
8,2-3).
En
los discursos del Deuteronomio se invita a Israel a la fidelidad al Dios de la
liberación. En este caso se le recuerda el maná que sostuvo su dura
peregrinación por el desierto. Aquel alimento había de ser una prueba del
amor y de la providencia de Dios hacia su pueblo. Aún así, lo invitaba a
reconocer el valor de la palabra de Dios.
Ante
la indiferencia de algunos cristianos de Corinto hacia las necesidades de sus
hermanos, san Pablo les recuerda que el cuerpo y la sangre de Cristo son fuente
y estímulo de unión: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1Cor
10,17).
ALIMENTO Y CAMBIO
El
evangelio que se proclama en esta fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo recoge una parte del discurso que, después del reparto de los panes y
los peces, Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm (Jn 6, 51-58). En él
sobresalen dos temas importantes.
•
A la Samaritana, Jesús se revelaba como el que puede dar el agua de la vida.
Ahora se revela como el pan vivo que da la vida. Sólo él puede calmar
nuestra sed y saciar nuestra hambre. La carne y la sangre del Hijo del Hombre
resumen su persona, su vida y su enseñanza. Son verdadera comida y verdadera
bebida. Ahí está la verdadera vida y la promesa de la resurrección.
•
Jesús revela que su Padre vive y él vive por el Padre. Del mismo modo, quien se
alimenta de Cristo, vive de Cristo, por él y en él. Como escribió Benedicto
XVI, “no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros,
sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados
misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; nos atrae hacia sí”
(Sacramentum caritatis, 70).
RECUERDO Y ESPERANZA
En
el discurso de Jesús hay una evocación del maná que alimentó a los hebreos. Y
hay una promesa sobre la vida que comporta el alimento que Cristo es para el
creyente.
•
“Este es el pan que ha bajado del cielo”. Los creyentes en Jesucristo no
despreciamos el pan que nos viene de la tierra y del trabajo humano. Pero
recibimos y agradecemos como un don impensable el Pan que nos ha venido del
cielo, es decir de la bondad divina.
•
“No como el de vuestros padres que lo comieron y murieron”. Los seguidores de
Jesús valoramos el camino de nuestros hermanos hebreos hacia la libertad. Pero
sabemos y creemos que Cristo es el nuevo maná que alimenta nuestro camino
de liberación.
•
“El que come este pan vivirá para siempre”. Los cristianos estimamos los
deseos de vida y de progreso integral de todos nuestros hermanos. Pero creemos
que el cuerpo y la sangre de Cristo son semilla de una vida que no tiene fecha
de caducidad.
Dones del Espíritu Jn 3,16-18 (TOA10-17)
“El
Señor, el Señor: un Dios clemente y misericordioso, paciente, lleno de amor y
fiel” (Ex 34,7). Así se presenta y se califica el mismo Dios en un
momento especialmente dramático.
Adorando
a un becerro de oro, el pueblo de Israel había quebrantado la alianza que Dios
le había dispensado. Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Moisés lanzó
contra las rocas las dos tablas de piedra en que estaban escritos los
mandamientos.
Ahora
Moisés vuelve a subir al monte Sinaí con las nuevas tablas de piedra, que
sustituyen a las antiguas. El Señor se muestra benigno, compasivo y dispuesto a
renovar la alianza. A Moisés solo le queda pedir al Señor que acompañe a su
pueblo, aunque sea un pueblo obcecado.
Al
final de la primera carta a los Corintios, san Pablo desea que el Dios Trinidad
derrame sobre los fieles tres dones sagrados: la gracia de Jesucristo, el
amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo (1Cor 13,11-13).
LA CONDENA
El
evangelio que se proclama en esta fiesta de la Santísima Trinidad recoge una
parte de los comentarios que el evangelista añade a las palabras que Jesús
dirige a Nicodemo (Jn 3,16-18). En este breve texto llaman la atención
las alusiones a la condenación.
•
“Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo”. Es bueno comenzar con esa
afirmación. La misión de Jesús no tiene por objeto la condenación de este
mundo. Bastaría saber que Jesús pasó por el mundo haciendo el bien.
•
“El que cree en él no será condenado”. La fe en Jesucristo no se reduce a la
afirmación de algunas verdades abstractas. Tampoco se limita a regular algunos
ritos o ceremonias. Creer en Jesús es aceptarlo como Salvador. ¿Cómo va a ser
condenado quien se identifica con él?
•
“El que no cree en él ya está condenado”. Nadie será condenado por no haber
creído en Jesucristo. El mismo rechazo del Salvador ya es en sí mismo una
lamentable condenación. Lo penoso de rechazar su Luz es haber elegido
vivir en la tiniebla.
Y LA SALVACIÓN
“Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él
no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). La primera parte del texto
evangélico de hoy es un maravilloso ventanal que nos abre al horizonte de los
grandes dones de Dios:
•
El amor de Dios al mundo.” ¿Es que Dios puede dejar de amar al mundo que ha
creado para derramar sobre él su bondad? El amor de Dios sostiene el mundo
material y, más aún, el mundo social en el que nos insertamos.
•
La entrega de Jesús y la fe. Si el amor de Dios se muestra en la creación y en
la providencia, se revela sobre todo en el envío de su Hijo. Creer es aceptarlo
como Señor y Salvador de nuestra existencia
•
La vida eterna. La vida es el primero de los dones de Dios. La vida humana ha
de ser acogida con gratitud y responsabilidad. Pero saber que nuestra vida
puede ser eterna en Dios es el mayor premio a esa fe, que también nos ha sido
dada.
El don del Espíritu Santo Pentecostés Jn 20,19-23 (PAA8-17)
“Todos
quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas,
según el Espíritu los movía a expresarse”. Ese parece ser el primer efecto de
la efusión del Espíritu sobre los discípulos del Señor en el día de Pentecostés
(Hech 2,4).
El
orgullo de querer ser como dioses había llevado a los hombres a la confusión de
las lenguas. La humildad de los que han pasado por la prueba de ver morir a su
Maestro y por el trance del miedo les lleva a unirse ahora en la misión de
anunciar el mensaje del Señor.
El
Espíritu se presenta con las imágenes del viento y del fuego. Arrastra las
semillas y calienta los corazones. La efusión del Espíritu indica el ideal de
la humanidad. Y representa también la plenitud de la Ley
El
Espíritu es el motor y garante de la unidad, el maestro de la oración, el
impulsor de la misión. Nos llena de alegría leer que, según el apóstol Pablo,
todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo
Espíritu en el bautismo a fin de formar un solo cuerpo (1Cor
12,13).
LA PAZ
El
texto evangélico que se proclama en esta solemnidad de Pentecostés (Jn
20,19-23) nos recuerda la primera manifestación del Resucitado a sus
discípulos, reunidos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los
judíos. La visita de Jesús les trajo la paz, los llenó de alegría y los preparó
para el envío.
•
La paz no era tan solo la tranquilidad en el orden como decían los filósofos,
los políticos y los estrategas. La paz que anunciaba el Cristo era la certeza
de que se cumplían las antiguas promesas. Era la plenitud de los dones de Dios.
•
La alegría no era una simple superación de la angustia y del temor que había
dispersado en huida a sus discípulos al ver a su Maestro apresado por la
guardia de los sumos sacerdotes. La alegría era el fruto de la presencia del
Señor resucitado.
•
Y el envío no era sólo la huida para poder liberarse de la persecución a la que
serían sometidos muy pronto. Era la participación en la misión de su Señor. Era
la ocasión para ser testigos de la vida y del amor hasta los últimos confines
de la tierra.
EL PERDÓN
Jesús
se presenta de pronto ante sus discípulos, atemorizados y sorprendidos, y
alienta sobre ellos. Pero el gesto es acompañado por unas palabras
inolvidables:
•
“Recibid el Espíritu Santo”. El soplo de Dios que se cernía sobre las
aguas en el alba del mundo es ahora el soplo del Resucitado que crea una nueva
tierra y una nueva historia.
•
“A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará”. Jesús no había
venido a condenar, sino a salvar. En la nueva comunidad se hace presente
el amor perdonador de Dios.
•
“A quienes retengáis los pecados, Dios se los retendrá”. Ante la continua
tentación de justificarnos a nosotros mismos, todos necesitamos aceptar un
juicio más imparcial.
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