Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío” (Ez 37,12). Con esa imagen tan impresionante, el profeta Ezequiel anunciaba que Dios se mostraba dispuesto a promover la restauración del pueblo de Israel.
Durante años hemos cantado en los funerales el salmo ”De profundis” y hemos repetido esa súplica inicial: “Desde lo hondo a ti grito Señor, Señor, escucha mi voz”. Con el tiempo, hemos descubierto que ese salmo, aparentemente cargado de tristeza, es un grito de esperanza: “Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra” (Sal 129).
Una esperanza que san Pablo atribuye a nuestra fe en el Espíritu de Dios: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros” (Rom 8,11).
EL DOLOR ANTE LA MUERTE
El evangelio de Juan relata la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45). Cuando se acerca hasta su tumba, las hermanas del difunto parecen lamentarse del retraso del amigo. Pero Jesús suscita en ellas la esperanza y en sus discípulos la fe.
Sin tratar de ocultar sus lágrimas, Jesús pide que se haga correr la piedra que cierra la boca del sepulcro de su amigo. Con una voz imperiosa ordena al muerto que salga fuera. Y Lázaro vuelve a la vida. Entre los testigos de ese suceso extraordinario hay dos reacciones contrapuestas. Unos creen que Jesús es un profeta. Pero otros deciden darle muerte. Con toda intención se sugiere que se condena a muerte a Jesús por haber librado de la muerte a un amigo.
El texto evangélico es una parábola de la misión de Jesús. Él ha venido para dar la vida a los muertos. La vida espiritual a los que han aceptado la muerte del pecado. Y la vida que no muere, para los que le han confiado la vida caduca y quebradiza.
EL DON DE LA VIDA
En el relato de la resurrección de Lázaro, el evangelista ha colocado en labios de Jesús una revelación de su ser y de su misión:
• “Yo soy la resurrección y la vida”. Jesús es partícipe del poder del Padre celestial. Jesús es el manantial de la vida humana y la fuente de su íntimo sentido. Jesús aporta su rescate definitivo cuando ha sido secuestrada por el pecado y por la muerte.
• “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. Cuando las esperanzas se agotan, tan solo en el Señor recobran plenitud. La muerte física no es el final del camino humano, cuando el camino ha estado marcado por el amor de Él y por la fe en Él.
• “El que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”. El que todavía permanece vivo ha de saber que su vida no es naturalmente caduca. A la vida es preciso que se añada la fe en el Mesías Jesús. Solo así será vencida la muerte.
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