El texto del libro de Isaías que hoy se proclama (Is 55, 10-11) compara la palabra de Dios con la lluvia y la nieve. Bajan de los cielos y no vuelven allá sino después de empapar la tierra y fecundarla. La lluvia y la nieven recorren un camino de ida y vuelta. También la palabra de Dios: viene de él en forma de revelación divina y retorna a él en forma de plegaria y de alabanza que brota de labios humanos.
Pero entre el origen y el destino de la palabra de Dios está el camino que ésta recorre. Dios no habla en vano. Con su palabra quiere fecundar nuestras vidas, es decir nuestros pensamientos y deseos, nuestras obras y esperanzas. Sin la lluvia de su palabra todos nuestros proyectos permanecen mustios y estériles. Sólo cuando acogemos la palabra de Dios y nos dejamos guiar por ella, podemos dar frutos de vida.
PARÁBOLA Y ALEGORÍA
El evangelio de Mateo (Mt 13, 1-23) nos ofrece hoy el conocido texto del sembrador y la semilla esparcida en terrenos diferentes. En su aparente sencillez, este texto encierra muchas sorpresas. En realidad, la primera parte es una parábola que nos revela el proyecto de Dios. La segunda parte es una alegoría que exhorta a los hombres a acoger el mensaje divino.
• La parábola habla del sembrador y la semilla. El sembrador es generoso y la semilla es abundante. Es verdad que el terreno es muy variado. De todas formas, la cosecha es sorprendente. La tierra buena suple la escasez y aun la esterilidad de los caminos pisoteados, de los pedregales y los zarzales. Una parábola sobre la grandeza y riqueza del Reino de Dios. Una parábola esperanzadora para animar a los pusilánimes.
• La alegoría habla sobre todo del terruño en el que cae la semilla. La semilla es la palabra del Reino. Una palabra eficaz por sí misma. Pero su eficacia no es mágica. Está condicionada a la acogida que le presta o le niega la tierra. Si la parábola presentaba a Dios, la alegoría advierte a los creyentes, a los no creyentes y a los creyentes no practicantes. Y alude al misterio de la libertad humana, que puede hacer estéril la palabra de Dios.
OJOS Y OÍDOS
Entre la parábola y la alegoría el evangelio incluye una explicación del lenguaje parabólico empleado por Jesús. En esta ocasión nos interesa solamente recordar la bienaventuranza que se incluye en ese contexto: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”.
• “Dichosos vuestros ojos porque ven”. A lo largo del evangelio aparecen ciegos que descubren el paso y el misterio de Jesús. Pero hay también personajes religiosos que se niegan a ver lo evidente de su obra. Los verdaderos discípulos de Jesús son tan sólo quienes con mirada limpia descubren en él al Salvador y al Mesías.
• “Dichosos vuestros oídos porque oyen”. En el evangelio Jesús tocó los oídos y la boca de un sordomudo, pronunciando una palabra misteriosa: “Ábrete”. Pero hay también personajes y aun discípulos que se escandalizan de sus palabras y lo abandonan. El verdadero discípulo escucha la palabra del Señor, vive de ella y la anuncia con valentía.
• A decir verdad, muchas veces nos preguntamos si la revelación contenida en esta frase no será también una exhortación. En ese caso podríamos traducirla así: “Dichosos vuestros ojos cuando acepten mirar y vuestros oídos cuando decidan escuchar”. Leída así, esta frase nos interpela a todos.
Pero entre el origen y el destino de la palabra de Dios está el camino que ésta recorre. Dios no habla en vano. Con su palabra quiere fecundar nuestras vidas, es decir nuestros pensamientos y deseos, nuestras obras y esperanzas. Sin la lluvia de su palabra todos nuestros proyectos permanecen mustios y estériles. Sólo cuando acogemos la palabra de Dios y nos dejamos guiar por ella, podemos dar frutos de vida.
PARÁBOLA Y ALEGORÍA
El evangelio de Mateo (Mt 13, 1-23) nos ofrece hoy el conocido texto del sembrador y la semilla esparcida en terrenos diferentes. En su aparente sencillez, este texto encierra muchas sorpresas. En realidad, la primera parte es una parábola que nos revela el proyecto de Dios. La segunda parte es una alegoría que exhorta a los hombres a acoger el mensaje divino.
• La parábola habla del sembrador y la semilla. El sembrador es generoso y la semilla es abundante. Es verdad que el terreno es muy variado. De todas formas, la cosecha es sorprendente. La tierra buena suple la escasez y aun la esterilidad de los caminos pisoteados, de los pedregales y los zarzales. Una parábola sobre la grandeza y riqueza del Reino de Dios. Una parábola esperanzadora para animar a los pusilánimes.
• La alegoría habla sobre todo del terruño en el que cae la semilla. La semilla es la palabra del Reino. Una palabra eficaz por sí misma. Pero su eficacia no es mágica. Está condicionada a la acogida que le presta o le niega la tierra. Si la parábola presentaba a Dios, la alegoría advierte a los creyentes, a los no creyentes y a los creyentes no practicantes. Y alude al misterio de la libertad humana, que puede hacer estéril la palabra de Dios.
OJOS Y OÍDOS
Entre la parábola y la alegoría el evangelio incluye una explicación del lenguaje parabólico empleado por Jesús. En esta ocasión nos interesa solamente recordar la bienaventuranza que se incluye en ese contexto: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”.
• “Dichosos vuestros ojos porque ven”. A lo largo del evangelio aparecen ciegos que descubren el paso y el misterio de Jesús. Pero hay también personajes religiosos que se niegan a ver lo evidente de su obra. Los verdaderos discípulos de Jesús son tan sólo quienes con mirada limpia descubren en él al Salvador y al Mesías.
• “Dichosos vuestros oídos porque oyen”. En el evangelio Jesús tocó los oídos y la boca de un sordomudo, pronunciando una palabra misteriosa: “Ábrete”. Pero hay también personajes y aun discípulos que se escandalizan de sus palabras y lo abandonan. El verdadero discípulo escucha la palabra del Señor, vive de ella y la anuncia con valentía.
• A decir verdad, muchas veces nos preguntamos si la revelación contenida en esta frase no será también una exhortación. En ese caso podríamos traducirla así: “Dichosos vuestros ojos cuando acepten mirar y vuestros oídos cuando decidan escuchar”. Leída así, esta frase nos interpela a todos.
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