“No te postrarás ante ellos, ni
les darás culto”. La tentación de la idolatría resurge una y otra vez en todo
tiempo y en todo lugar. Cuando se ignora o desprecia al único Dios, siempre
surge una caravana de personajillos, instituciones u objetos que prometen una
falsa liberación y reclaman a cambio adoración.
“No pronunciarás el nombre del
Señor tu Dios en falso”. Hay todavía otra forma más sutil de idolatría, que se
reviste con los colores engañosos de la verdadera religión. Consiste en adorar,
venerar e invocar al único Dios, pero utilizándolo en beneficio de los propios
intereses, gustos o placeres.
Los hebreos habían de aprender
con el tiempo que Dios permanecía fiel a su alianza con el pueblo. Pero que el
pueblo había cambiado muchas veces la verdadera fe por ritos vacíos o mágicos.
Los profetas tuvieron que denunciar muchas veces estas formas de infidelidad.
LA CASA DEL PADRE
También Jesús se presentó en el
templo de Jerusalén con la palabra vibrante y los gestos escandalosos de los
profetas de antaño (Jn 2, 13-25). El templo del Señor ya no invitaba a venerar
la santidad del Señor del templo. El significante no dejaba ver el significado.
Si para los demás se había convertido en un mercado, para Jesús era la casa de
su Padre.
En este tiempo hay muchas
personas que repiten una y otra vez que lo religioso “no les dice nada”. Y no
es extraño. Hay cosas, lugares o fechas que “nos dicen mucho”, precisamente
porque han sido medio o escenario de acontecimiento especialmente importantes
para nosotros. No basta el templo para hacernos vivir de cara a Dios.
Por otra parte, hay otras
personas que no tienen inconveniente en “profanar” abiertamente lo sagrado. En
realidad, nada les remite a su origen y a su fin. Es como si el templo hubiera
dejado de estar habitado. Como si la belleza no fuera un reflejo de Dios. Como
si el hombre no hubiera sido creado a su imagen y semejanza.
Hemos de preguntarnos si los
llamados creyentes lo somos de verdad y lo parecemos. Sería lamentable que nos
vieran solamente como mercaderes. O como expendedores de recetas mágicas. O
como conservadores de un espléndido museo. O como promotores de un movimiento de
autoestima. El celo de la casa y de las
cosas de Dios no nos devora.
EL TEMPLO DE SU CUERPO
Jesús arroja a los mercaderes del
templo. Pero nadie puede saltarse gratis las normas establecidas. Los judíos le
piden un signo que avale su autoridad. “Destruid este templo y en tres días lo
levantaré”. Esa es la palabra con la que Jesús acompaña su gesto.
• “Destruid este templo y en tres
días lo levantaré”. Esta frase podía sonar como una locura arrogante o como
una blasfemia. Como arrogancia de un
necio es entendida por sus oyentes. Y como blasfemia habrá de ser recordada
durante el proceso de Jesús. Pero las palabras del profeta revelan la verdad
más honda de los hechos.
• “Destruid este templo y en tres
días lo levantaré”. El texto evangélico explica que Jesús se refería al templo
de su cuerpo. El era la nueva “tienda” del encuentro entre Dios y los hombres.
El era y será para siempre el santuario en que Dios llega a nosotros y en el
que nosotros podemos encontrar el verdadero rostro de Dios.
• “Destruid este templo y en tres
días lo levantaré”. El texto evangélico comienza diciendo que “se acercaba la
Pascua”. Y añade que cuando resucitó Jesús los discípulos se acordaron de lo
que había dicho. Sólo la experiencia pascual de nuestra fe nos lleva a hacer
“memoria” viva de la dignidad sagrada del cuerpo de Cristo y de nuestro cuerpo.
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