La Semana
Santa se abre con la entrada de Jesús en Jerusalén. Los tres evangelios sinópticos nos dicen que
Jesús envió a dos de sus discípulos a que le trajeran un borrico. Sobre él
habría de entrar él en la ciudad santa.
Un borrico era un medio de trabajo y de trasporte en
aquellas tierras. Lo es todavía entre los beduinos que viven en los linderos
del desierto o plantan sus tiendas parduscas en una breve vaguada donde crece
un poco de hierba.
La aldea a la que se refiere el
evangelio puede haber sido Betania o más fácilmente Betfagé. En ella habían de
encontrar un borrico atado sobre el que nunca había montado ningún hombre.
Jesús pidió a los suyos que fueran hasta la entrada de la aldea, que desataran
el borrico y lo trajeran hasta él.
Con ese gesto del Maestro se cumplen las antiguas
profecías (Is 62,11; Zac 9,9). El relato de Marcos deja constancia de que
algunos vecinos vieron a los dos discípulos desatar el pollino y, en efecto,
les preguntaron qué pensaban hacer (Mc 11,5).
UNA PARÁBOLA EN ACCIÓN
La anécdota se nos presenta como una parábola en
acción. Los tres evangelistas parecen sugerir tres experiencia importantes: la
majestad, la libertad, la amistad.
• En primer lugar, Jesús ha de entrar en su ciudad
con la majestad de un rey y con la sencillez de un profeta manso y humilde. El
asno se contrapone a la fuerza solemne y guerrera de los caballos, tantas veces
recordados en el contexto de batallas y conquistas.
• En segundo lugar, se ve que Jesús conoce de
antemano los hechos y controla la situación. Los acontecimientos parecen
plegarse a su voluntad y sus necesidades. Jesús va libremente a la muerte.
• En tercer lugar, se nos indica que en la ciudad de
Jerusalén no todos eran enemigos del Maestro. La ciudad amada, sobre la que el
Señor derrama sus lágrimas, había acogido alguna vez al que ahora se acercaba a
ella para ofrecerle la paz.
En medio de la multitud, Jesús cabalga sobre un borrico prestado. El rey
de Israel se muestra en su pobreza y mansedumbre.
UN MENSAJE PARA HOY
A los que hoy escuchamos la
palabra de Dios nos queda en el recuerdo la frase de Jesús que dice: “El Señor
tiene necesidad de él”.
• Para las primeras comunidades
cristianas, aquellas palabras eran más que una pincelada en el cuadro solemne
de la fiesta. La entrada de Jesús sobre un borrico revelaba el señorío de
Jesús, el Mesías prometido, de la estirpe real de David.
• Para los cristianos de hoy,
este detalle aparentemente tan insignificante nos lleva a reconocer que el Señor tiene necesidad del
humilde servicio de los hombres. Pero sobre todo, nos lleva a confesar al mismo
tiempos su divinidad y su humanidad.
• Jesús entra en la ciudad de
Jerusalén aclamado por las gentes con un himno que recuerda los antiguos salmos
con los que se recibía al rey triunfador (Sal 118, 26). Pero Jesús entra en la
ciudad de Jerusalén revestido de la humildad indigente que caracteriza a toda
persona humana.
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