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La hora de Jesús (CUB5-12) por JR Flecha

El evangelio de este domingo quinto de cuaresma nos sitúa en el bullicio de las fiestas de Pascua (Jn 12, 20-33). Hay muchos peregrinos que han llegado hasta Jerusalén. Entre ellos hay algunos gentiles. Pueden ser judíos que viven en la diáspora. O tal vez, paganos, procedentes del mundo griego, que miran con simpatía la cultura y la fe de los hebreos.

Parece que han oído hablar de Jesús. Por eso se acercan a Felipe, uno de los apóstoles que lleva nombre griego. El texto indica que se dirigen a él con un ruego respetuoso: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe lo consulta con Andrés, el otro apóstol con nombre griego. Y ambos se lo comunican a Jesús.

Nos resulta simpática esa función de puente que realizan los dos apóstoles. Parece un anticipo de lo que se espera de todos los cristianos: acercar a Jesús a los que desean conocerlo. Pero más interesante es la petición de aquellos peregrinos gentiles. Como ellos, son muchos los que también ahora quisieran ver a Jesús.

EL GRANO DE TRIGO
En este episodio hay un segundo acto. Al oír el mensaje que le transmiten sus discípulos, Jesús parece sumergirse en una profunda meditación. Es como si el deseo de los gentiles fuera para él una señal del cielo. La señal esperada. En ese momento comprende que ha llegado su hora. En ella se cumplen a la vez su entrega y su glorificación.

Por una parte, la entrega. Su entrega no es una fatalidad impuesta por el destino. Es un acto querido y aceptado, por el que Jesús se conforma generosamente con la voluntad del Padre. La hora de su entrega es la de su muerte y la hora de su fecundidad. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”.

Y por otra parte, la glorificación. A la meditación de Jesús sigue la oración: “Padre, glorifica tu nombre”. Y a la súplica del Hijo responde la voz del Padre: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. El nombre de Dios es glorificado por la fidelidad del Hijo, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.
ELEVADO SOBRE LA TIERRA
Hay un tercer acto en este relato evangélico. Los griegos querían ver a Jesús. Pero seguramente han de pertenecer al grupo bienaventurado de los que creerán si haber visto. En todos ellos piensa Jesús en ese momento:

• “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. Como la noche en que habló con Nicodemo, Jesús recuerda la imagen de la serpiente elevada en alto por Moisés. También Él será elevado para atraer las miradas de la humanidad y para ofrecer a todos los dones de la salvación y de la gracia.

• “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. El contexto evoca a los gentiles que deseaban verlo. Pero Jesús no sólo ha de atraer a los paganos, a los alejados y a los incrédulos. También los que nos decimos creyentes hemos de volver nuestros ojos hacia él para aprender su camino y aceptar la verdad de su vida.

• “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. Que la multitud de los llamados no nos haga olvidar nuestra propia vocación a la fe. Por cada uno de nosotros ha muerto Jesús. Por mí ha sido elevado en alto para atraer mi mirada, cada vez que mis ojos se desvían de Él. Él es la luz del mundo. Y la luz para mi existencia.

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