“Aquí está
vuestro Dios, aquí está el Señor; viene con poder y brazo dominador; viene con
él su salario, le precede la paga”. Estas palabras se encuentran en el poema del
libro de Isaías que se lee en esta fiesta del Bautismo de Señor (Is 40, 1-5.
9-11). Al pueblo que retorna del cautiverio en Babilonia una voz le invita a
acoger al Señor.
Junto a la imagen de la fuerza y el poder, el pregonero
ofrece otra imagen de amor y de ternura: “Apacienta como un pastor a su rebaño
y amorosamente lo reúne; lleva en brazos los corderos y conduce con delicadeza
a las recién paridas”. El pueblo redimido de la servidumbre puede recordar
su pasado pastoril.
Todo indica que comienza un nuevo tiempo después del
exilio. Un tiempo marcado por los signos del encuentro y la fraternidad, de la
seguridad y la esperanza. Una nueva vida.
LA CORREA DE LAS SANDALIAS
El evangelio que hoy se proclama se divide en dos
partes, paralelas y complementarias. En la primera parte se recuerda el
bautismo con el que Juan anunciaba la llegada de otro más fuerte que él. Aquel
profeta no osaba siquiera compararse con los esclavos que ataban y desataban la
correa de las sandalias de sus amos (Lc
3,15-16).
Como Juan Bautista, la Iglesia sabe que ella no puede
salvar. Ha sido llamada a prestar un humilde servicio a su Señor. Y ha sido
enviada a preparar los caminos de los que esperan de Él la salvación. Nadie nos
puede salvar sino el Señor de la vida y de la libertad.
Juan bautizaba a sus oyentes con agua. El rito
significaba la purificación necesaria para preparar los caminos del Señor. No
podía haber conversión sin la purificación del pecado. Sería bueno repetirlo en
presente. Tampoco ahora habrá conversión sin aceptar la purificación. Bueno es
recordarlo en el Año Santo de la Misericordia.
LA ORACIÓN Y EL AMOR
En la segunda parte del evangelio de hoy se nos invita
a asistir a la escena del bautismo de Jesús (Lc 3, 21-22). En pocas palabras el
texto sugiere muchas cosas:
• “Mientras Jesús oraba se abrió el cielo”. Los
cristianos nos dirigimos a Jesús en nuestra oración. Pero no podemos dejar de
ver en él al gran orante. En su oración se abrían los cielos. Es decir, para él
y para nosotros, la oración es el acceso a Dios.
• “El Espíritu bajó sobre él como una paloma”. Tras el
diluvio, la paloma buscó una tierra donde posarse. Ahora comprendemos que Jesús
es la nueva tierra, la promesa y la realidad de una nueva creacion: de una
nueva vida.
• Una voz que venía del cielo lo reconoce como el Hijo
amado. Jesús es el Hijo predilecto del Padre. En él se revela el amor del
Padre. Y en él, nuestro hermano y Señor, también nosotros nos reconocemos como
hijos de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario