“A
los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en
las alas”. Hermosa promesa con la que se cierra el texto del profeta Malaquías
que se lee en la celebración de este
domingo (Mal 3,19).
Claro
que inmediatamente antes, el profeta había anunciado el destino que aguarda a
los malvados y perversos. En el juicio de Dios serán tratados como la paja que
arde en el horno. No es una amenaza. Una vez más se exhorta a la persona a
hacer buen uso de su libertad. Que el horizonte del futuro nos ayude a elegir
el camino verdadero. A vivir en la verdad.
El
salmo 97 nos invita a repetir que “El Señor llega para regir la tierra”. Y san
Pablo advierte a los cristianos de Tesalónica que la espera del día del Señor
ha de traducirse en una vida tranquila y laboriosa: “El que no trabaja, que no
coma” (2Tes 3,10).
SIN MIEDO
En
el evangelio que hoy se proclama escuchamos los elogios que las gentes de
Jerusalén hacían del Templo, que estaba siendo restaurado y embellecido por
entonces. Jesús anuncia que un día no quedará piedra sobre piedra de aquel
monumento (Lc 21,5-19). La pregunta siguiente era de esperar: “Maestro, ¿cuándo
va a ser eso?”
Sin
embargo, para Jesús no es importante saber el tiempo. Por eso lleva la atención
a dos cuestiones fundamentales, como ha subrayado el papa Francisco: “Primero:
no dejarse engañar por los falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo.
Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la
perseverancia”.
Esas
lecciones valen también para los creyentes de hoy. De vez en cuando alguien nos
anuncia la proximidad del fin del mundo. Pero lo que importa no es conocer una
fecha futura, sino vivir sin miedo el presente. Hemos sido llamados a construir
la “civilización del amor”, como decía Pablo VI. Nuestra esperanza no debe
llevarnos a la evasión.
CON FIDELIDAD
El
texto evangélico pone en boca de Jesús el anuncio de las guerras y las
tribulaciones que nos esperan. Y, sobre todo, la certeza de que seremos
perseguidos y juzgados por causa de su nombre. La experiencia nos asegura que
ese vaticinio se ha cumplido y nos hace pensar que se cumplirá siglo tras
siglo. Pero Jesús concluye con dos frases de aliento:
•
“Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. La primera frase se refiere a Dios.
Su providencia nos acompañará a lo largo del camino. No seremos librados de la tribulación
pero se nos promete la cercanía de Dios.
•
“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. La segunda frase se
refiere a nosotros. Las persecuciones pueden hacernos temblar. Pero no podemos
renegar del Evangelio. Sólo nos salvará la fidelidad al Dios fiel y
providente.
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