“Si
quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad”. Así
comienza la primera lectura de la misa de hoy. Nadie es obligado a hacer lo que
no puede. Los mandamientos no son órdenes impuestas por alguien que no conoce
nuestra debilidad. Responden a la dignidad y racionalidad del ser humano.
Esas
palabras del libro del Eclesiástico o Sirácida (15,15-20) fueron citadas por el
papa Juan Pablo II en su encíclica “El esplendor de la verdad”. Es una cita muy
oportuna, en un tiempo en el que todos invocan el valor de la libertad, pero se
disculpan del mal que han hecho, diciendo que no eran libres para evitarlo.
El texto
nos dice a continuación: “Ante ti están puestos fuego y agua; echa mano a lo
que quieras”. Nuestras opciones van fijando nuestra responsabilidad. La mayor
parte de nuestras desdichas se deben a nuestra ceguera a la hora de elegir el
camino.
MANDAMIENTOS
Y VALORES
En el
evangelio que hoy se proclama Jesús nos recuerda que no ha venido a abolir la
ley de Moisés (Mt 5, 17-35). Muchos piden a la Iglesia que se decida a suprimir
los mandamientos. Pero la Iglesia no puede hacer lo que ni Jesús mismo podía.
Porque los mandamientos responden a los valores que nos hacen humanos.
• No basta con
no matar, nos dice Jesús. Es preciso acoger a los hermanos, sin excluirlos de
nuestras relaciones de fraternidad.
• No basta con
no cometer adulterio. Es necesario aprender a establecer unas relaciones de
amor limpias y transparentes, basadas en el compromiso y la fidelidad.
• No es
preciso jurar. Estamos llamados a vivir en la verdad, a decir la verdad, a dar
testimonio de la verdad, siempre y en todo lugar.
En su
exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco nos advierte del
peligro del relativismo con que tomamos nuestras opciones más profundas (n.
80).
MANDAMIENTOS Y
LIBERTAD
En el texto
evangélico de hoy, insertado en el marco del Sermón de la Montaña, Jesús nos
advierte de un riesgo bastante frecuente: “El que se salte uno solo de los
preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos
importante en el reino de los cielos”.
•
Saltarse uno de los preceptos significa colocar nuestro juicio por encima del
juicio de Dios. Con ello reafirmamos nuestra sed de autonomía. Pero también
demostramos que decidimos actuar “como si Dios no existiera”.
• Saltarse uno
de los preceptos significa también que pretendemos olvidar la dignidad de
nuestros hermanos. Con razón dice el Papa Francisco que eso nos lleva a actuar
“como si los demás no existieran”.
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