“No odiarás de corazón a tu hermano…sino que amarás a tu prójimo
como a ti mismo”. Es interesante esa relación entre la prohibición y el
mandato. Si se prohíbe el odio es en razón de la importancia del amor. Así se
incluye la llamada regla de oro de todas las éticas en el contexto de la Ley de
Moisés (Lev 19, 17-18).
Junto a ese binomio aparece la exhortación a reprender al pariente
cuando peca y la prohibición de la venganza y el rencor contra los más
allegados. Es verdad que los textos bíblicos habrían de ampliar el círculo
hasta aconsejar la compasión hacia el prójimo en general y aun a los
extranjeros que aceptan vivir en paz con el pueblo que los acoge.
La introducción a estas palabras nos sitúa en un terreno que no es
muy popular en nuestros días: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios,
soy santo”. Eso significa que el creyente no puede limitarse a ser
“políticamente correcto”. Ha de tratar de hacer presente y visible la santidad
del mismo Dios.
LA TÚNICA Y LA CAPA
Este mensaje se completa en el evangelio de hoy, situado en el
marco del Sermón de la Montaña (Mt 5, 38-49). Jesús recuerda la ley del talión:
“Ojo por ojo y diente por diente”. Solemos pensar que era una licencia para la
venganza. En realidad, era una restricción de la misma a términos de equidad.
Nadie tenía derecho a exigir más de lo que le habían quitado.
Pero Jesús va más allá de aquella antigua norma. En el texto
aparecen cinco ejemplos de exigencias incómodas: los que agravian, abofetean,
pleitean por la túnica, exigen compañía y piden dinero prestado. El Maestro
exhorta a sus discípulos a que no rehuyan a estos insolentes, aprovechados o
impertinentes.
Su mensaje sugiere tres actitudes contrarias que suponen un
heroísmo más que habitual: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que
os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. No se trata de caer
en un victimismo enfermizo. Se trata de aprender a amar con gratuidad. Amar a
los que nos aman y saludar a los que nos saludan es normal. Hasta los paganos
lo hacen. Al creyente se le pide algo más.
EL SOL Y LA LLUVIA
¿Cuál es la razón para ese comportamiento tan generoso? No puede
ser ni la cobardía ni la comodidad de quien no sabe o no quiere defenderse.
Tampoco puede ser la falsa bondad de quien espera ser aplaudido por la
sociedad. Sólo hay un motivo. Hay que poner amor donde no lo había… porque eso
es lo que hace Dios. Antes de ser una exhortación moral, el texto es una revelación
del mismo Dios.
• Dios hace salir su sol sobre malos y buenos. No es la bondad
humana la que mueve a Dios a regalarnos la luz. Y no es la maldad humana la que
puede impedir a Dios hacerse presente en nuestras vidas.
• Dios manda la lluvia a justos e injustos. No es la justicia
humana la que determina la justicia de Dios. Es la lluvia de su misericordia la
que produce sobre la tierra la verdadera justicia que es, a fin de cuentas, el
rostro del amor.
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