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Preparando la alegría (ADVC3-12) por JR-Flecha



“Estad siempre alegres en el Señor”. Esa es la consigna que Pablo transmite a los cristianos de Filipos (Flp 4,4). Todos creemos tener derecho a la alegría. Y sin embargo, la alegría es escurridiza. No se puede programar, ni comercializar.  En la exhortación “La Palabra del Señor” Benedicto XVI ha escrito que “Se pueden organizar fiestas, pero no la alegría” (VD 123).
En la primera lectura de la misa de hoy (So 3, 14-18), el profeta Sofonías invita a Israel a alegrarse porque el Señor ha cancelado su condena. Pero el pueblo no podría saltar de júbilo si previamente Dios no se hubiera gozado con él. Dios es el dador de la alegría. Su fuente y su garantía.
Esta dinámica dialogal de la alegría vale también para nosotros. En su primera encíclica “Dios es amor”, el mismo Papa había escrito: “El encuentro con las manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados” (DCE 17).

LA CONVERSIÓN DE LAS ACTITUDES

La alegría es siempre gratuita y sorprendente. Es verdad. Pero requiere como fondo la paz del corazón. Y esa paz sólo se consigue por medio de la conversión. Los hermanos de la comunidad de Bose han escrito que la alegría cristiana no se puede confundir con el humor y el sentimiento. Refleja la relación con el Señor y tiene un precio: la conversión.
La conversión es lo que exige Juan el Bautista a todos los que bajan a escucharle a las orillas del Jordán. Pero tampoco la conversión puede identificarse con un sentimiento íntimo e incontrastable. Requiere un comportamiento público, que Juan resume en tres actitudes concretas, aplicables a las gentes de su tiempo y del nuestro:  
• Compartir los vestidos y los alimentos con quienes no los tengan. Esos elementos hacen posible la vida y protegen la dignidad de la persona.
• No exigir a los demás más de lo establecido. Ese límite refleja el respeto a la justicia, que ha de hacer posible la armonía en la comunidad.
• No hacer extorsión a nadie. Esta prohibición condena la frecuente altanería de los prepotentes de todos los tiempos que humillan y explotan a los humildes.

EL ANUNCIO DEL MESÍAS

Sin embargo, no podemos olvidar que nadie revisa su vida por nada. Todos necesitamos un motivo fuerte para cambiar nuestras actitudes.  Juan el Bautista no era un predicador moral. Su misión era anunciar la llegada del Mesías. Ese era el motivo para la conversión.
• “Viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de su sandalias”. Juan no tenía la clave de la salvación: anunciaba al Salvador. Él mismo se consideraba como un esclavo al servicio del Señor.
• “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Juan bautizaba con agua, pero anunciaba un bautismo de viento y de fuego. Esos elementos, que suelen destruir lo que encuentran a su paso, serían en los tiempos mesiánicos el origen de una nueva vida.
• “Él tiene en la mano el bieldo”. Juan no tenía la clave para discernir el bien y el mal. El Mesías traería en su mano el bieldo con el que el labrador separa el trigo de la paja, lo valioso de lo deleznable. Sólo Él podría realizar un juicio sobre las realizaciones humanas.

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