“Mirad
a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco”. Así comienza
el primero de los cuatro cánticos del Siervo del Señor (Is 42, 1). No sabemos
si se refiere a un personaje concreto o bien a toda la comunidad de los fieles
de Israel.
De
todas formas, el poema refleja la elección de alguien que recibe el Espíritu de
Dios y es enviado para una misión estupenda: la de proclamar la alianza de Dios
y la luz que él derrama sobre todos los pueblos. Una misión liberadora para
todos los cautivos de las mil cadenas que pueden amarrar a los humanos.
El
texto de los Hechos de los Apóstoles que hoy se proclama recoge unas palabras
que Pedro pronuncia en la casa del centurión Cornelio. Jesús, ungido en su
bautismo con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a
todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech 10,38).
EL DIÁLOGO
Al
meditar el misterio del Bautismo de Jesús, muchos nos preguntamos por qué quiso
ser bautizado el que era la suma limpieza. Según los Padres de la Iglesia,
Jesús bajó al Jordán, como Josué lo cruzó para conducir a su pueblo a la tierra
de la libertad. El evangelio de Mateo introduce un diálogo intrigante para
muchos creyentes:
•
“Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mi?” El Catecismo de
la Iglesia Católica interpreta estas palabras, como el reflejo de una duda de
Juan el Bautista (CCE 535). El evangelista pretende dejar clara la superioridad
de Jesús con relación al Precursor. Y disipar los recelos de los discípulos de
ambos.
•
“Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. La
respuesta de Jesús refleja su decisión de cumplir “la justicia plena”,
aceptando el proyecto de Dios. Es decir, proclamando con los signos que Dios
ofrece la salvación gratuita a todos los pecadores, a los que se acerca Jesús
en este rito bautismal.
EL ORÁCULO
Una
vez bautizado, Jesús salió del agua y vio que el Espíritu se posaba sobre él en
forma de paloma. Un dato que evoca el final del diluvio. Jesús es la tierra firme
que emerge de las aguas de la muerte. Él es el anuncio de la paz que Dios
ofrece a la humanidad y a todo el mundo creado. Pero a lo que se “ve” acompaña
la voz de lo alto que se “oye”:
•
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Este oráculo es una adaptación de las palabras con las que Dios se
refiere a su Siervo, elegido para salvar a su pueblo por medio de su palabra y
también por sus dolores.
•
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Si en su bautismo Jesús se asocia a la suerte de los pecadores que bajan
al Jordán, su misión de Hijo amado de Dios lo llevará a sufrir por ellos, es
decir por todos nosotros.
•
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Al mostrarnos a su Hijo amado, Dios se nos revela como Padre universal.
Su amor y su misericordia lo acompañan y definen. De esos dones todos nosotros
hemos sido declarados herederos.
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