El pasado jueves, el principal diario de mi ciudad, León, publicaba en su Tribuna un "manifiesto" laicista en el que invitaba a los padres, especialmente a los creyentes, a no matricular a sus hijos en religión bajo el epígrafe "No me matricules en religión".
Hoy, día 17 de mayo el Diario de León, acoge el artículo que he elaborado bajo el título de este post, comparto con vosotros el mismo. Los contenidos bien pueden servir a muchos profesionales de la educación para defender la importancia y la presencia tanto del área de Religión como del de Valores en el sistema educativo (enlace del Diario de León):
Una problemática creada artificialmente en
torno a la educación pública es la definición de las connotaciones adjetivas
que deben orientarla. Siempre hemos oído disparidad de posturas pero sorprende la
ligereza con que algunas opiniones retuercen el concepto de lo público para
presentar a los ciudadanos de hoy una realidad presuntamente respetuosa con los
ideales y las creencias de todos, sin dejar de ser, en sus raíces,
interpretaciones sectarias que buscan disfrazarse como planteamientos
auténticamente democráticos y positivos.
Asentar como dogma una educación inclusiva
basada en el principio del laicismo desde la laicidad de las instituciones
públicas resulta paradójico por cuanto ambos términos se contradicen entre sí.
El primero se opone a todo aquello que no sea estrictamente laico o que
entienda que cuestiona sus planteamientos desde la razón teórica y práctica. La
laicidad busca el reconocimiento diferenciado de lo civil y lo religioso
promoviendo cauces de entendimiento, encuentro y conocimiento mutuos. Por
desgracia, lo laico y la laicidad han sido deformados sistemáticamente por
grupos que promueven el laicismo activo desvirtuando así sus verdaderos sentidos.
El socialista Gregorio Peces Barba, uno de los
padres de la constitución española, ya advertía hace una década sobre la
naturaleza del laicismo como un movimiento que reflejaba una actitud enfrentada
y beligerante. Esta óptica nada sospechosa para los grupos de ideología de
izquierda, supongo, dejaba al descubierto que las posturas e ideales defendidos
desde el laicismo ni buscan el respeto por lo diferente ni promueven la
libertad de todos los que forman parte de una sociedad democrática.
No se puede abanderar una educación inclusiva
defendiendo de antemano la exclusión de un determinado conocimiento por el mero
hecho de que no coincida con los pensamientos propios o no los valore con
suficiencia. Por mucha publicidad que se haga de sus postulados, ningún grupo o
asociación puede usurpar el derecho legítimo y democrático que les asiste a los
padres para educar a sus hijos según sus convicciones. Las leyes y los espacios
educativos deben articular medidas que lo hagan posible y habilitar fórmulas
que lo desarrollen. La actual ley educativa dio un paso importantísimo para
posibilitar la educación de aquellos alumnos cuyas familias no deseaban unos
conocimientos culturales y religiosos para sus hijos: el área de Valores Sociales
y Cívicos, en Primaria, o Valores éticos, en Secundaria. Antes, recordemos, la
alternativa al área de Religión Católica, era ninguna materia, ninguna oferta
educativa, una situación claramente discriminatoria.
El área de Religión Católica está orientado al
acercamiento a la cultura religiosa predominante en nuestro territorio que
permite descubrir, comprender e interpretar la sociedad que se ha modelado en
los últimos dos milenios de historia. Por ello, los alumnos de religión no son
exclusivamente creyentes. Hay familias ateas, agnósticas e incluso de otras
confesiones que valoran la importancia de conocer las raíces, las tradiciones,
la cultura y las creencias del país en el que viven. Conocer no practicar. He
aquí otra manida trampa de los defensores de la ignorancia cultural religiosa.
Confundir o colaborar a no distinguir la clase de Religión de la Catequesis es
simplemente un adoctrinamiento laicista interesado o, lo que es peor, un
ejercicio de desconocimiento conceptual y práctico supino. No es lo mismo
conocer en qué creen los cristianos, cómo lo celebran, qué moral respetan, cómo
se relacionan con Dios (ámbito escolar) que vivirlo como cristiano integrante
de la familia de los hijos de Dios en cuyo seno cultiva progresivamente su fe
(ámbito de la comunidad parroquial). El profesor de Religión busca que se
conozcan los pilares fundamentales del cristianismo mientras que el catequista
persigue la adhesión vivencial al mensaje de Cristo.
Otra falsedad maliciosa reside en argumentar la
presencia del área de Religión en la escuela como lastre de unos Acuerdos
Internacionales entre el gobierno español y la Santa Sede. Invito al lector a
consultar en internet el mapa de la situación académica de la asignatura de
religión dentro de la Unión Europea, realizado por su Comisión de Educación,
organismo comunitario oficial ajeno a las Iglesias. El área de religión está
integrado en los sistemas educativos de todos los países miembros con la única
excepción de Francia, aunque en los departamentos galos de Lorena y Alsacia ya
se haya habilitado un espacio educativo. Más aún. En el ámbito comunitario, es
obligatoria en la mayoría de los países del centro y norte, de mayoría
protestante, y es materia optativa en los países del este y sur, de mayoría
católica, con posibilidad de alguna exención como en el caso de Gran Bretaña. La
auténtica democracia reside, pues, en facilitar el ejercicio de los derechos
que son propios de los padres, no en usurparlos en base a la conveniencia
ideológica y partidista de intereses oportunistas alarmantemente
discriminatorios.
El espacio escolar debe ofrecer los
conocimientos de todo aquello que favorezca la educación integral de los
alumnos y les presente las claves del mundo y de la vida desde diversas
concepciones para que pueda configurar su personalidad de manera libre y abierta,
no amputada por modas o dogmas sociales muy discutibles, escondidos detrás de
un lenguaje despreciativo que impulsa un adoctrinamiento intransigente hacia el
diferente. Si hemos aprendido algo, custodiaremos entre algodones valores como el
conocimiento, la convivencia pacífica, la libertad de elección, el respeto al
otro, la sinceridad y los derechos humanos de todos, sí, de TODOS. Por eso creo
que los padres y los jóvenes deben gozar del derecho a elegir libremente entre
Religión y Valores. Si esta opción se diluyera, constataríamos tristemente que
el peor peligro contemporáneo, residente en el fanatismo ideológico, habría
triunfado. Y me huele que, entonces, no sería el fanatismo religioso el que
debería preocuparnos en España.
Juan Carlos García
Caballero
(profesor de Religión
Católica de la Diócesis de León)
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