“Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el mensaje que yo te comunicaré” (Jon 3,1). Esta misión debía de resultar repugnante para Jonás. Su misma conciencia se rebelaba ante aquel mandato divino. ¿Cómo exhortar a la conversión a una ciudad que despreciaba a Dios y sembraba la muerte en las tierras que conquistaba?
Si Jonás ignoraba aquella llamada no era por despreciar a Dios sino para tratar de preservar la imagen de la divinidad. Pero, en realidad, Jonás estaba juzgando al mismo Dios. No podía admitir que su misericordia cubriese a los malvados. Dios no debería compadecerse de los que no tenían compasión de los que humillaban y aplastaban con su poder asesino.
Sin embargo, ante la llamada de Dios solo cabe la obediencia agradecida. Así lo manifestamos, repitiendo la invocación del salmo 24: “Señor, enséñame tus caminos”. Sabemos que este mundo es como el escenario de un teatro. Y san Pablo advierte a los Corintios -y a todos nosotros- que la representación de este mundo se termina (1 Cor 7,31).
LLAMADA Y PROMESA
El tema de la llamada aparece también en el texto evangélico que hoy se proclama (Mc 1,14-20). Jesús camina por la costa del lago de Galilea. Al pasar, encuentra a dos pescadores que están arrojando el copo desde la orilla. Uno es Andrés, que, siendo discípulo de Juan el Bautista, ya había tenido un encuentro con Jesús. El otro es su hermano Simón.
Jesús se dirige a ellos y los invita a seguirle: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres” (Mc 1,17). Es cierto que Jesús no era un desconocido para ellos. Pero ¿Qué podía significar esa extraña promesa de hacerlos pescadores de hombres? Sin embargo, dejaron las redes y siguieron inmediatamente a Jesús.
A muy pocos pasos de distancia. Jesús vio a Santiago y Juan. Estaban en una barca, varada a la orilla del lago, repasando las redes con Zebedeo, su padre. También a ellos les dirigió la misma llamada. Ellos dejaron las redes y a su padre junto con los jornaleros, saltaron a tierra y siguieron a Jesús.
SALIDA Y SEGUIMIENTO
Este encuentro que tiene lugar a la orilla del lago de Galilea nos recuerda que la llamada obedece a la iniciativa de Jesús. Y nos indica que esa llamada al seguimiento lleva consigo la entrega de una misión.
• La llamada de Dios siempre lleva consigo una salida. Así ocurrió con Abrahán, con Moisés y con Isaías. También Jonás había de salir de su tierra. Los cuatro pescadores que Jesús encontró a la orilla del lago tenían que dejar su trabajo. Y así ocurre hoy con todos los que escuchan la llamada del Señor. La llamada de Dios relativiza nuestra comodidad, nuestras posesiones y hasta nuestras relaciones familiares.
• La llamada de Dios siempre lleva consigo la invitación al seguimiento. En otros tiempos, Abraham y Moisés siguieron la indicación del Dios que los enviaba recorrer caminos desconocidos. Jonás era enviado a una misión que parecía abocada al fracaso. Los cuatro pescadores del lago se decidieron seguir a Jesús y se fueron con él. La llamada de Dios exige de nosotros la disponibilidad para seguir a Jesús, y ser testigos de su vida y su mensaje.
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