“Sal
y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar”. Ese es el mensaje que
se dirige al profeta Elías, refugiado en el monte Horeb. La amenaza de la reina
Jezabel lo ha obligado a ocultarse. Y el miedo parece haberse apoderado de él.
Desearía tener la certeza de que lo protege el Dios a quien ha defendido ante
los derviches de Baal
Pero
Dios no está en el viento huracanado, ni en el terremoto ni en el fuego. El
Señor se hace presente en el susurro de la brisa. Esa presencia de Dios le dará
fuerza para recorrer el camino de vuelta, para denunciar la prepotencia y la
corrupción de la reina y anunciar el proyecto de Dios sobre su pueblo (cf. 1Re
9-13).
También
nosotros esperamos que el Señor nos muestre su misericordia. En ello está
nuestra salvación, como vamos a cantar con el salmo responsorial. “Su
misericordia y su fidelidad se encuentran” (Sal 84,11).
EL TEMOR Y LA CONFIANZA
La
oración del profeta Elías en el monte anticipa para nosotros la oración de
Jesús en otro monte. Ambos se encuentran con Dios en la soledad. Mientras
tanto, los discípulos de Jesús se sienten amenazados por el agua y por el
viento. A la oración de Jesús se contrapone el miedo de los suyos. Pero la
presencia del Señor los alienta.
•
“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Jesús no ignora la angustia y el temor de
sus discípulos. Está cerca de los que lo han dejado todo para seguirle. Ellos
nunca deberían dudar de la fidelidad de su Maestro.
•
“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Ahora, como entonces, imaginamos fantasmas
que nos roban la paz. En lugar de calmarnos, solamente añaden terror a nuestras
preocupaciones ordinarias.
•
“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Los dioses antiguos atemorizaban a los
hombres. El Dios vivo nos exhorta continuamente a superar el temor y a vivir en
paz y en confianza.
EL MIEDO Y LA FE
El
evangelio nos recuerda la osadía de Simón Pedro. No está mal pretender seguir
al Señor sobre las aguas movedizas. El peligro está en confiar en nosotros
mismos más que en él. Menos mal que el Señor nos devuelve la calma y la fe para
exclamar:
•
“Realmente eres Hijo de Dios”. Solamente su presencia hará que cesen las
tormentas que amenazan nuestro trabajo.
•
“Realmente eres Hijo de Dios”. Solamente su cercanía nos hará descubrir que
nuestros miedos pueden ser superados por la fe.
•
“Realmente eres Hijo de Dios”. Solamente esa fe nos llevará a reconocer
y a proclamar a Jesús como el Hijo de Dios que nos trae la salvación.
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