“Escucha la voz del Señor tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos…El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable…El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo” (Deut 30,10-14). Son muy atinados esos avisos que el libro del Deuteronomio pone en boca de Moisés.
Los mandamientos de Dios a su pueblo no han nacido de un capricho divino. Corresponden a los grandes valores éticos que la humanidad de todos los tiempos ha podido descubrir, gracias a la experiencia humana y a la luz natural de la razón. El cumplimiento de esos preceptos y mandatos garantizaría la paz y la justicia, la armonia y la concordia.
El salmo responsorial que hoy se canta nos exhorta a la humildad y nos invita a buscar al Señor, para que nuestro corazón pueda alcanzar una vida nueva y feliz (Sal 68,33-34).
DOS PREGUNTAS Y UN MENSAJE
Segñun el evangelio de este domingo (Lc 10,25-37), un letrado se acerca a Jesús y le dirige una pregunta muy semejante a la del joven rico: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Jesús conoce las tradiciones de su pueblo y puede también leer lo que hay en el interior de su interlocutor.
Jesús supone que el letrado conoce ya el camino que lleva a la vida. Y así es. El letrado menciona un precepto del libro del Deuteronomio: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser”. Y añade otro precepto que se encuentra en el libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
El primer precepto era generalmente admitido por todos. Pero el segundo suscitaba por entonces numerosas discusiones. Según algunos, el prójimo digno de amor era quien pertenecía al pueblo de Israel. Según otros, prójimo era tan solo el que cumplía la Ley. Así que el letrado dirige a Jesús una segunda pregunta: “¿Quién es mi prójimo”.
Jesús responde con un relato sobre un viajero que baja de Jerusalén a Jericó por un camino infestado de ladrones, que lo apalean y lo dejan medio muerto.
MISERICORDIA PARA TODOS
El relato continúa evocando a tres personajes que pasan por el mismo camino, a cuya orilla yace aquel hombre malherido.
• En primer lugar, pasa por allí un sacerdote. Ve al hombre maltrecho, pero da un rodeo para no acercarse a él, tal vez para no contaminarse con la sangre. El caso es que pasa de largo y no se interesa por él.
• Después pasa por el mismo lugar un levita, que repite los mismos gestos. También él da un rodeo para mantenerse alejado del herido. Y también él trata de ignorar su desgracia y pasa de largo.
• Pasa por allí otro viajero que se fija en el herido. Se le conmueven las entrañas, cura sus heridas, lo carga en su cabalgadura y lo lleva a un albergue. Tras atenderlo personalmente, deja un dinero al posadeo para que siga cuidando de él y promete volver por alli y pagar los gastos que el cuidado haya causado.
Al final del relato, Jesús cambia la segunda pregunta del letrado. No vale preguntarse quién es el prójimo sino quién se hace prójimo del hombre apaleado. El letrado responde secamente que aquel que tuvo misericordia. Nunca pronunciaría la palabra “samaritano”. Pero sus escrúpulos nacionalistas nos han dado la respuesta precisa.
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