“Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto” (Is 66,10). Es impresionante esta serie de promesas divinas que recoge el último capítulo del libro de Isaías. Dios va a facilitar el nacimiento de la nueva Jerusalén. Es la hora de la alegría.
Dios va a hacer que la paz corra hacia Jerusalén con la abundancia de un río caudaloso. La causa de la alegría será para su pueblo esta presencia misericordiosa de Dios. A este mensaje responde el salmo responsorial con una invitación a la asamblea: ”Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente” (Sal 65,6).
Con todo, la felicidad y la gloria no tienen su causa en los logros humanos. San Pablo escribe a los Gálatas que él sólo puede gloriarse en la cruz de Jesucristo (Gál 6,14-18).
EL ENVÍO Y EL MENSAJE
Al iniciar su subida hacia Jerusalén, Jesús envía a sus discípulos por delante de él, con la intención de que le preparen el camino (Lc 10,1-12.17-20).
Jesús los envía de dos en dos, porque el testimonio de una persona solamente es creíble cuando es apoyado por otra. Además, los discípulos han de caminar unidos, puesto que son enviados a anunciar la paz.
Jesús los envía ligeros de equipaje para que el menaje no parezca apoyado por la fuerza, las riquezas o los medios de los mensajeros. Los envía con el encargo de que curen a los enfermos que se encuentren, de modo que sean recibidos como portadores de la misericordia y de la compasión de su Maestro.
Y, finalmente, Jesús envía a sus discípulos con un mensaje muy concreto que han de proclamar en todo lugar: “Está cerca de vosotros el Reino de Dios”. No era esta una advertencia para tratar de prevenir un castigo contra los impíos. Era el buen anuncio de la presencia de Dios entre los hombres. Jesús mismo era ya el Reino de Dios.
HERALDOS DEL REINO
Los discípulos retornan de su misión y comunican a Jesús los efectos asombrosos de su predicación, de las curaciones y de los exorcismos que han realizado. Y entablan con su Maestro un diálogo lleno de contrastes:
• “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. El nombre significa y representa la dignidad de Jesús. Los discípulos se alegran al comprobar el poder que ejerce el nombre del Maestro.
• “No estéis alegres porque se os someten los espíritus”. Jesús advierte a los suyos para que no caigan en el optimismo ingenuo de creer que ya han logrado someter a los espíritus que manejan este mundo.
• “Estad alegres porque vuestros nombres están inscrito en el cielo”. Los discípulos aludían al nombre de Jesús, pero él alude ahora al nombre de los suyos. Han de alegrarse porque el Padre los tiene ya presentes en su reino.
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