Recuperamos una interesante carta pastoral del Cardenal Fernando Sebastián Aguilar en su etapa como arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela (año 2007). Con seguridad, será una buena ayuda para iniciar el camino cuaresmal con una sencillas pautas de reflexión:
"Vivimos en una sociedad de muchos contrastes, y hay una cierta predisposición
en favor del rechazo, de la transgresión, como si necesitáramos disfrutar del
gusto de lo prohibido, de lo nuevo, de lo diferente. En nuestra sociedad se ha
instalado la creencia de que para ser progresista hay que criticar a los
Obispos y fastidiar a los católicos. Esta situación, poco a poco, debilita las
convicciones religiosas de muchas personas, y dificulta la adhesión de los
jóvenes a la fe y a las tradiciones cristianas.
En este contexto puede resultar muy provechoso para los cristianos el
esfuerzo de vivir con especial seriedad las semanas de la próxima Cuaresma. El
mensaje de la Cuaresma está en el centro de la fe cristiana. Se trata de
prepararnos para celebrar adecuadamente las fiestas de la Pascua, para vivir la
Resurrección de Cristo como centro de nuestra fe en Dios, apoyo de nuestra
esperanza y justificación de nuestra vida.
La primera invitación de la
Cuaresma es dedicar algo más de atención y de tiempo al cuidado de nuestra fe y
nuestra vida cristiana. Con un
poco de interés todos podemos hacerlo. Podemos, por ejemplo, dedicar unos
minutos a leer un pasaje del evangelio, unas páginas de un libro espiritual,
como el Kempis, o de los escritos de los santos. Podemos también dedicar unos
minutos a rezar, en casa, por la mañana o por la noche. Podemos, incluso pasar
unos minutos en el silencio de una Iglesia, ante el Sagrario. Por cierto, los
responsables tendrían que estudiar el modo de tener las iglesias abiertas
durante más tiempo.
Una segunda dimensión de la
Cuaresma es la invitación al arrepentimiento y la penitencia de nuestros
pecados. Cuando nos acercamos
a Dios, cuando dejamos que la mirada de Jesús ilumine nuestra vida, nos damos
de nuestros pecados, nuestras faltas de piedad, de diligencia, de amor y
misericordia. Sólo reconociendo nuestras deficiencias podremos librarnos de
ellas y mejorar espiritualmente. La oración nos ayuda a sentir con fuerza la
presencia de Jesús en nuestro corazón y ver en su presencia la verdad de
nuestra vida personal y espiritual. Somos pecadores, y sólo podemos alcanzar la
verdad y la paz interior reconociendo nuestras faltas y pidiendo perdón a Dios
por ellas.
Los cristianos contamos con la seguridad del perdón de Dios anunciado por
Jesús, ofrecido por la Iglesia, en virtud de su pasión y muerte, mediante el
sacramento de la penitencia y del perdón de los pecados. La Iglesia ha recibido
del Señor el encargo de anunciar y conceder el perdón de los pecados en nombre
de Dios y de Jesucristo nuestro salvador. En virtud de la misión y de la
autoridad recibida, ha ordenado el modo de celebrar y alcanzar este perdón de
Dios mediante la celebración del sacramento. Nadie, ningún sacerdote, ningún
grupo, tiene capacidad para modificar las normas de la Iglesia acerca de cómo
celebrar este sacramento. El desconcierto y los abusos existentes en torno a
este sacramento están haciendo mucho daño en la vida de las parroquias y de los
cristianos.
Los cristianos tienen que saber que el ordenamiento eclesial para recibir
el perdón de los pecados en el nombre de Dios requiere la confesión personal de
los pecados a un confesor autorizado por la Iglesia y la manifestación de un
verdadero arrepentimiento con sincero deseo de la enmienda que nos prepara para
recibir personalmente del confesor la absolución de los pecados por el
ministerio de la Iglesia y en nombre del mismo Dios. Esta manera de celebrar el
sacramento no se puede modificar ni sustituir por otras formas llamadas
comunitarias en las que se suprimen la confesión de los pecados y la recepción
directa y personal de la absolución en nombre de Dios con la fórmula prevista
por la Iglesia.
Cuando celebramos este sacramento, los sacerdotes somos meros ministros de
la Iglesia, humildes instrumentos y servidores del Señor. Los sacramentos son
verdaderas acciones de Cristo Salvador por medio de su Cuerpo que es la
Iglesia. No tenemos ningún dominio sobre ellos. Nadie puede modificar a su
gusto la manera de celebrarlos sin riesgo de profanarlos y perder su fuerza
santificadora. Quien actúa de esta manera comete una grave desobediencia,
engaña a los fieles y hiere la comunión eclesial.
Con toda mi autoridad y el mayor empeño de que soy capaz pido a los
sacerdotes que siguen impartiendo estas falsas absoluciones generales que
desistan definitivamente de esta práctica abusiva, gravemente ilícita y
perjudicial. Los fieles no deben dar crédito a quienes les inviten a celebrar
el sacramento de la penitencia en contra de las prescripciones de la Iglesia.
Hagamos todos un esfuerzo en esta Cuaresma por reconocer al sacramento de la
penitencia la dignidad que le corresponde en la vida de la comunidad cristiana
y en nuestra propia vida personal. Busquemos en él el perdón de nuestras
culpas, facilitemos a los fieles la celebración del sacramento de penitencia de
manera personal, con una buena preparación, según el rito previsto por la
Iglesia, anunciemos y celebremos el gozo del perdón y de la paz. Sin esta
práctica no puede haber crecimiento espiritual en los cristianos ni
conseguiremos nunca promover comunidades parroquiales espiritualmente
vigorosas.
El tercer ejercicio de la
Cuaresma es la caridad, el amor. La caridad fraterna tiene un reverso que es la
sobriedad, la austeridad. Para
ser efectivos en la ayuda a los hermanos necesitados, antes tendremos que ser
más austeros y practicar la sobriedad, resistiendo las llamadas constantes que
recibimos a favor del consumismo sin límites, del fatigoso tener de todo sin
contentarnos nunca con nada. Hagamos un ejercicio consciente de sobriedad para
poder ayudar a nuestros hermanos, para dar limosnas importantes en favor de las
misiones, de las actividades de Caritas o de Manos Unidas, de las inacabables
necesidades de la Iglesia diocesana.
Recorramos con fervor este camino de la nueva Cuaresma. Vivamos estos
ejercicios cuaresmales con intensidad en nuestras parroquias y comunidades. Es un
tiempo de progreso y de crecimiento, un itinerario de liberación y de
fraternidad. Por delante de nosotros se ven ya las luces de la Resurrección, el
resplandor del rostro de Jesús que nos espera con los brazos abiertos en la
Casa eterna del Padre común. Esta es la peregrinación de la Iglesia, el
itinerario de nuestro crecimiento espiritual, el camino indispensable de la
verdadera humanidad.
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