“El
enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la
barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro!” (Lev 13,45). Las severas normas del
libro del Levítico tratan de evitar el contagio con los leprosos. Estos han de
vivir aislados y vestir de forma que puedan ser distinguidos desde lejos. Su
eventual acogida en la comunidad es lenta y cautelosa.
Mientras
dure la lepra han de ser considerados como impuros. No están limpios. La
soledad que se les impone no es un castigo sino una forma de prevención, muy
dramática por cierto. La limpieza es entendida
a la vez en sentido higiénico y en sentido ritual, De hecho, la lepra requiere un rito de
purificación y de limpieza (Lev 14,2).
Estas
observaciones nos llevan a pensar en otras formas de impureza. En el mundo
actual, la limpieza de las personas y de los lugares ha llegado a identificar
el grado de cultura y de desarrollo de las personas y de los pueblos. Pero se
echa de menos una limpieza integral, de las personas y de las estructuras
sociales.
TRES MOMENTOS
También
en el evangelio que hoy se proclama
aparece un leproso (Mc 1,40-45). Se acerca a Jesús y postrándose de rodillas,
le suplica diciendo: “Si quieres, puedes limpiarme”.
• El
evangelio anota cuidadosamente los pasos que se siguen en la escena. En un
primer momento, Jesús siente compasión por el enfermo que le suplica, extiende
su mano y toca al leproso, como contraviniendo todas las normas vigentes en su
ambiente. Para asombro de todos, el enfermo queda limpio al instante.
• En un
segundo momento, Jesús impone al leproso un silencio y una declaración. El
silencio responde a la decisión de Jesús de pasar inadvertido por el momento. Y
es también una justificación del rechazo que encuentra a su paso. Y la
declaración a los sacerdotes no es sólo una obediencia a la Ley sino la única
posibilidad de circular con libertad.
• En un
tercer momento, el leproso, ya curado de
su enfermedad, no cumple el mandato de guardar silencio, sino que se convierte
en pregonero de su propia curación. Esta publicidad hace que Jesús ya no pueda
entrar abiertamente en los poblados. El Maestro trata de ser discreto, pero su
fama se difunde por toda la región.
DOS FRASES
De todas
formas, el evangelio nos invita a reflexionar sobre las dos frases que resumen
el diálogo entre el enfermo y Jesús.
• “Si quieres, puedes limpiarme”. En el
Antiguo Testamento, el pecador pedía a Dios la limpieza del corazón: “Oh Dios,
crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal
51,12). Nosotros, como el leproso hemos de dirigir esa súplica confiada a
Jesús.
•
“Quiero, queda limpio”. Jesús sabe que no basta limpiar los vasos por fuera (Mt
23,25). Hay que limpiar el corazón, del que nacen los males que contaminan al hombre (Mt 15, 18-20). Pero la
gracia y la fuerza que vienen de Jesús pueden limpiarnos del pecado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario